Texto extraido de la revista Narria nº 75-76.

(Texto integro; gráficos e imágenes han sido sustituidas por fotos de Poyales, que ilustran con absoluta fidelidad lo expuesto en el texto)

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NARRIA    75-76  

(Museo de Artes y Tradiciones Populares – Universidad Autónoma de Madrid)

 

ARQUITECTURA POPULAR EN EL VALLE DEL TIÉTAR

LUIS MALDONADO RAMOS y FERNANDO VELA COSSÍO


1. ARQUITECTURA TRADICIONAL, ARQUITECTURA POPULAR Y ARQUITECTURA VERNÁCULA

Dentro de los bienes de interés cultural que forman parte del patrimonio arquitectónico existe un grupo que de manera genérica solemos denominar Arquitectura Popular, al que pertenece seguramente el número mayor de edi­ficios que ha construido el hombre a lo largo del tiempo, que sólo ha comenzado a valorarse colectivamente cuando el proceso que señala su progresiva destrucción se ha mostrado poco menos que imparable.

La Arquitectura Popular, ese conjun­to de objetos arquitectónicos perdidos en lo que Antonio Fernández Alba ha llamado la memoria de los márgenes (Fernández Alba, 1990:21-32), ha sido definida a través de multitud de conceptos entre los que se encontrarían el de Arquitectura sin Arquitectos o el de Arquitectura del Pueblo. Estudiada junto con las arquitecturas prehistóricas y primitivas, la arquitectura popular for­maría parte de un grupo general que podríamos denominar Arquitecturas No Históricas (Vela Cossío, 1995), en el que el objeto de estudio principal lo constituye la arquitectura entendida como un instrumento más de la cultura, otorgando a las relaciones sociales un valor predominante, resaltando la similitud sustancial entre las arquitec­turas populares y primitivas, y ha­ciendo prevalecer los factores ecológicoformales en la explicación de los fenómenos constructivos (Fraser, 1968; Oliver 1969; Rapoport, 1969). Desde esta perspectiva, las arquitecturas primitivas y populares suelen caracterizarse por ser refractarias a los cambios, casi impensables en las pri­mitivas y raros en las populares, pues sólo han de transformarse si lo hace su soporte social, económico y cultural. Mientras las arquitecturas históri­cas, llamémoslas de estilo, e incluso las modernas presentan una secuencia evolutiva general concordante con los cambios de los soportes económicos, tecnológicos y culturales de la vi­da urbana, las arquitecturas primitivas y populares se encuentran detenidas en el estadio cultural de la sociedad que las concibió; ésta es una de las razones principales que impiden su conservación como organismos vivos: cuando desaparece el soporte princi­pal que explica su existencia, es decir, las formas de vida tradicionales desde el punto de vista económico y social, se convierten en una especie de obje­tos arqueológicos sin contexto, vacíos de contenido, sin relación coherente entre lo que sucede y la forma en que esto sucede. La correcta conservación de la arquitectura popular pasaría entonces forzosamente por la vigencia de las formas de la vida tradicional que la han generado.

La Arquitectura Popular es resultado de un proceso de creación colectivo, donde no existen hechos individuales que nos permitan identificar a cada constructor popular. Es un arte de construcción comunitaria que ha uti­lizado los materiales autóctonos, instrumentalizándolos a partir de raíces culturales propias, para generar ele­mentos arquitectónicos en los que no suelen manifestarse inferencias relevantes de culturas de la construcción ajenas, especialmente de estas que hemos venido denominando arquitec­turas cultas. Estos sistemas de construcción tradicionales le imprimen un carácter fundamentalmente localista, donde los valores más sobresalientes son la eficaz utilización de los materiales de construcción y la perdurabilidad, durante generaciones, de las maneras tradicionales de construir. La decadencia de esta arquitectura se ha puesto de manifiesto como consecuencia de la falta de vitalidad económica y de la despoblación de las comunidades rurales, hechos que han generado importantes cambios en los modos de vida en el campo español, en especial en las regiones del interior del país. La aplicación de los sistemas de construcción populares se ha dificultado de forma extraordinaria a causa de la escasez de los materiales tradicionalmente utilizados en la construcción y de la pérdida del conocimiento de las técnicas para su trans­formación y aplicación. Por otra parte, la aparición de una nueva imagen de lo que podríamos llamar la cultura popular, que ya no está ligada a las raíces de la tradición, al ser aplicada a la arquitectura popular ha producido nuevos tipos de edificaciones en las que no existe la habitual adecuación con el entorno natural, perdiéndose así uno de los valores más destacables de la construcción popular: su identidad con el territorio.

Debemos, aunque sólo sea por respeto a la memoria colectiva sobre la que se construye cada día la arquitectura y sobre la que se construirá en el futuro, garantizar la perdurabilidad en el tiempo de algunos de estos ejem­plares en vías de extinción; ahora bien, tenemos que ser conscientes de que esta conservación pasa primero por una verdadera y reflexiva comprensión de sus valores, por una definición precisa de sus fronteras y por un conocimiento estructurado de sus características, de sus condicionantes, de sus fundamentos. En este sentido, los problemas terminológicos son todavía hoy objeto de discusión entre los especialistas. Se viene aceptando la denominación Arquitectura Popularpara la definición más general de este tipo de construcciones, que tendrían como soporte cultural y eco­nómico el de las llamadas sociedades preindustriales, basadas en una economía de subsistencia de carácter fundamentalmente agrícola y ganadero, en las que existen artesanos o pro­fesionales de la construcción pero en las que el programa tipológico y constructivo es bien conocido por el usuario o consumidor, que tiene en el proceso de definición un peso específico muy importante. En estas arquitecturas populares existen tipos definidos que pueden modificarse para su adap­tación a las necesidades particulares (tamaño y exigencias de la familia, adaptación al lugar, a los usos complementarios, etc.) pero nunca en lo relativo a la forma, el modelo constructivo o los materiales a emplear. La característica más definitoria de lo popular suele ser una total ausencia de pretensiones teóricas o estéticas, aunque éstas se manifiesten de manera involuntaria, y una naturaleza no ex­cesivamente especializada que favorece su adaptación al lugar y sus parámetros y una extraordinaria capacidad de agregación (Rapoport, 1969). Los modelos son el resultado de la colaboración generacional, a tra­vés de la tradición oral, y de la que existe entre el artesano y el usuario. El término Vernacular Architecture an­glosajón haría referencia a estos conceptos que acabamos de comentar. Sin embargo, en español, el término Vernáculo sólo quedaría definido parcialmente por el concepto más general de lo popular, para el que la cualidad ver­nácula haría referencia al ámbito geográfico local entendido como el perfil de un área determinada (regional,   comarcal, etc.) Podemos convenir, por lo tanto, que existen arquitecturas vernáculas no populares, es decir que responden a un patrón   fundamentalmente geográfico en su forma de hacer las cosas, con independencia de quién las haga y por qué, y ar­quitecturas populares no vernáculas, que podrían verse bien reflejadas en arquitecturas populares descontextualizadas geográficamente, como por ejemplo algunas arquitecturas coloniales o ciertas muestras de lo que podríamos llamar la autoconstrucción, en las que interesa mucho más lo que se hace y por quién se hace que el lugar en el que se hace y sus parámetros.

2. LA ARQUITECTURA POPULAR DEL SISTEMA CENTRAL. LA CASA ENTRAMADA

Es frecuente, y aún podríamos decir que aconsejable, plantear el análisis de la arquitectura popular desde una perspectiva fundamentalmente regional, sea ésta de mayor o menor escala. Ahora bien, en multitud de ocasiones y con independencia de la escala elegida, el enfoque desde el que se procede a esta labor de análisis está directamente sustentado sobre lo que podríamos llamar la geografía política, como es el caso de los mapas provinciales (Feduchi, 1974), en lugar de es­tarlo con lo que podemos denominar unidades naturales o ambientales que suelen coincidir, con bastante mayor precisión, con mapas de regiones o de comarcas naturales de las que pode­mos extraer no sólo información de carácter fisiográfico sino también relacionada con la actividad humana, que es la que contribuye en gran medida a la configuración del paisaje, entendiendo éste desde una óptica más generalista.

Optando por esta última forma de ver las cosas, el estudio contextualizado de la arquitectura popular del Valle del Tiétar pasaría por la observación de las manifestaciones arquitectónicas de todo el Sistema montañoso Central como primer y más amplio nivel de análisis, por las de su área occidental como segundo nivel y, por último, por las de la propia comarca de manera pormenorizada. En este sentido podemos convenir en la existencia de una arquitectura popular del Sistema Central diferenciada de las detectables en las dos submesetas que la propia cadena montañosa contribuye a confi­gurar.

Si realizamos una división del Sistema Central atendiendo a las distintas comarcas montañosas que lo conforman, apreciaremos, de Este a Oeste, en la mitad oriental del. mismo las sierras de Pela, Ayllón, Somosierra y Guadarrama; Gredos, Peña de Francia y Sierra de Gata constituyen su mitad occidental. En todas estas unidades, desde un punto de vista esencialmente arquitectónico, vamos a encontrarnos como tipo más representativo lo que solemos denominar como Casa Entramada, es decir, un tipo de edificación caracterizada por el sistema de construcción empleado: muros de manpostería de piedra en planta baja sobre los que se levantan en las superiores muros de estructura portante de madera, que configuran a través de sus principales elementos (pies derechos, vigas, codales y tor­napuntas) un número indeterminado de cuarteles que posteriormente han de ser rellenados con una plementería de material variable que cumple una función de cerramiento y de arriostramiento de la estructura isostática que forma la imprenta. Este tipo de edificación entramada, común a la totalidad de la Cordillera Central, muestra variaciones cuantitativas de Este a Oeste, apreciándose en las comarcas orientales construcciones por lo general de dos plantas, que pueden alcanzar tres o cuatro en las comar­cas occidentales. Esta clase de edifi­cación, típica como vemos del Sistema Central, reviste un extraordi­nario interés desde el punto de vista de los sistemas constructivos. Un caso singular lo forman los dos extre­mos de la cordillera (Macizo de Ayllón y comarca de Las Hurdes), donde se localiza un tipo de arquitectura po­pular extraordinario, denominado Arquitectura Negra que se caracteriza por el empleo, como material de construcción, de pizarras de color oscuro y origen Silúrico que afloran como con­secuencia de la orogenia (Maldonado Ramos, 1991).

Con respecto al sector occidental de la cordillera podemos, siguiendo a Carlos Flores (1974), distinguir dos tramos: el primero, arranca a partir de San Martín de Valdeiglesias y con centro en Arenas de San Pedro alcanza Pasaron y Arroyomolinos de la Vera, incluyendo por lo tanto el Tiétar y la comarca de la Vera (Chañes y Vicente, 1973). El segundo tramo comenzaría en Jarandilla y pasando por Hervás, nos conduciría hasta La Alberca (González Iglesias, 1982), donde se manifiestan los tipos más evolucionados de este tipo de edificación entramada al que nos hemos re­ferido.

3. ARQUITECTURA POPULAR DEL VALLE DEL TIÉTAR. TIPOLOGÍAS Y SISTEMAS DE CONSTRUCCIÓN

La comarca natural del Valle del Tiétar comprende alrededor de 1.200 kiló­metros cuadrados de la vertiente me­ridional del Sistema Central en el área de la Sierra de Gredos. El clima, algo más cálido y lluvioso que el que podemos encontrar en el lado norte del sistema montañoso, muestra precipitaciones por encima de los 1.000 mm anuales en las zonas de mayor altitud y una temperatura media anual cercana a los 15° C con media invernal de aproximadamente 7° y estival de 23°. El relieve, muy montañoso, se levanta sobre una base litológica formada mayoritariamente por rocas ígneas de tipo granítico. La vegetación característica está formada por bosques de pinares, castaños, nogales y robles, además de fresnos, chopos y otras frondosas de ribera junto a las arroya­das y en las gargantas.

A lo largo de la margen derecha del río Tiétar se suceden dos unidades am­bientales en las que predomina la casa de entramado: el Valle del Tiétar propiamente dicho, que pertenece administrativamente a la provincia de Avila, y la Comarca de la Vera, vinculada a la de Cáceres. Las características de la arquitectura popular de estas dos co­marcas puede resumirse tipológica y constructivamente de la siguiente forma:

el tipo más corriente de vivienda muestra dos o tres plantas, con sobra­do en la parte superior que sirve como secadero de los principales productos agrícolas (castañas, pimientos, higos, tabaco...); la planta baja suele estar destinada a establo y almacén, mientras la superior o superiores albergan la vivienda propiamente dicha; se obser­van galerías de madera o balcones vo­lados sobre las líneas de fachada y también son corrientes las galerías abiertas con el cerramiento o balaus­trada de madera situadas en el mismo plano de fachada. Como elemento destacable puede hacerse alusión al soportal en planta baja, organizado mediante pies derechos de madera o de piedra. Constructivamente, observare­mos muros de mampostería, general­mente encalados, en planta baja, y estructuras entramadas y revocadas en los pisos superiores; veremos chapados de tablazón, como cerramiento en sobrados, desvanes o pajares.

Los materíales habituales con que nos encontraremos son la madera (de pino, nogal, roble o castaño), la piedra (granitos y gneiss) y en  menor grado la tierra, que puede manifestarse en las plementerías, cruda en forma de adobe o cocida conformando ladrillos de tejar (Flores,1974:161-279)

El proceso constructivo de estas viviendas se inicia con el des­broce y nivelación del terreno hasta llegar a la roca madre que, generalmente, aflora de manera superficial. Dadas las características litológicas del terreno no es necesaria la ejecución de un sistema de cimentación complejo. Sobre el terreno así preparado se marcarán las trazas de los muros que van a servir de ele­mentos portantes en planta baja. Esta traza suele venir determinada tanto por el uso posterior que se vaya a asignar a la edificación y por las dimensiones de las escuadrías de madera necesarias para la realización de los forjados, entrepisos o alfarjes, como, sobre todo, por la tradición, que garantiza el buen funcionamiento de la totalidad del sistema adecuándolo al uso pretendido.

Los muros portantes se construyen en planta baja con mampostería de piedra asentada con mortero de barro, mejorado en algunos casos con cal. Esta solución aprovecha el material obtenido de la excavación y preparación del terreno y evita el contacto directo con el terreno de los elementos de madera que conformarán la parte superior del muro, protegiéndolo así de los ataques de insectos xilófagos y hongos de pudrición. Los muros de las plantas superiores se ejecutan mediante una estructura mixta de entramado de madera y plementería variable (adobe, ladrillo o mampostería de piedra). Exteriormente, estos muros se protegían mediante la aplicación de un revoco de mortero de barro o de cal. Podemos considerar que estas estructuras de madera eran revocadas para prevenir los efectos de los agentes climáticos y de la fotodegradación. Mientras en los climas húmedos los entramados de madera se dejan sin revestir para facilitar su ventilación e impedir así la proliferación de microorganismos nocivos, en los climas medi­terráneos, aunque sean continentali-zados como en el Valle del Tiétar, las principales causas de degradación de la madera proceden del ataque directo de los agentes atmosféricos (lluvia, hielo, viento) y de la radiación ultravioleta de la luz solar. Por esta razón, es muy frecuente ob­servar casas de entramado de madera sin revestimiento en las zonas centrales, septentrionales y occidentales de Europa, mien­tras que las encontramos per­fectamente revocadas y protegi­das en la Europa mediterránea. Si bien en la actualidad se localizan en muchos pueblos del Valle del Tiétar numerosas casas tradicionales con sus entramados a la vista, esto es debido a que los morteros de revestimiento tienen peor adherencia sobre la imprenta de madera que sobre los cuarteles de plementería, por lo que con el paso del tiempo aquellos edificios que no han tenido la adecuada conservación manifiestan paramentos en los que el entramado ha quedado a la intemperie; llegamos incluso a observar muros completos sin revoco, tanto en las imprentas como en las plementerías. Curiosamente, esta circunstancia de índole patológica ha contribuido a generar una falsa tipología, en tanto que moderna, de paramentos de fachada en los que únicamente se revocan la plementería de los cuarteles del entramado.

Asimismo, en los límites del paroxismo folklorista que ha ca­racterizado y caracteriza no pocas in­tervenciones en conjuntos que con­servan importantes muestras de arqui­tectura popular y vernácula, podemos incluso llegar a ver entramados de madera que deliberadamente van a quedar sin revestir pero en los que se ejecutan entalladuras en la superficie de las escuadrías, de la misma mane­ra que se ha venido realizando duran­te siglos para facilitar la adherencia de los morteros. Este tipo de actuaciones, dicho sea de paso, ponen aún más en peligro si cabe la arquitectura popular, porque la falsean, la reducen a unos cuantos guiños arcaizantes y desnaturalizados sin virtud alguna, con un espíritu propio de las peores falsificaciones.

Los forjados se resuelven mediante una estructura de madera horizontal (alfarje) que se apoya en los muros perimetrales y en muros interiores o pies derechos sobre los que discurren las jácenas. El material de terminación final del forjado puede ser un entablado de madera de castaño o un pavimento de baldosa de barro colocado sobre el propio entablado.

La techumbre se resuelve con madera del tipo par y pi­cadero. Los pares apoyan por su parte inferior en el muro una estructura en perimetral mediante un durmiente o solera formándose en algunos casos los aleros por la prolongación de aquéllos. En su parte superior los pares pican sobre una viga cumbrera apoyada en pies derechos, enanos o virotillos. Sobre esta estructura se dispone una ripia que hace las veces de tablero para soportar las tejas. Éstas son de tipo árabe, curvo, colocándose a canal doblado con cobija y recibiéndose con mortero de barro.

Aunque, como ya hemos comentado, la altura de las edificaciones es cre­ciente según nos dirigimos hacia el Oeste: dos plantas más sobrado en el Tiétar, tres o tres y media en la Vera y cuatro o más en La Alberca, también observaremos excepciones, como es el caso de Pedro Bernardo, donde abundan las casas de tres plantas. La organización interior, a la que ya nos hemos referido, suele mostrar cuadras y almacén de aperos de labranza en la planta baja, vivienda con cocina y dormitorios en la primera y secadero, bien ventilado, en el sobrado. La chimenea, ubicada como es natural en la cocina, centro de la vida do­méstica,  mani­fiesta al exterior tiros de gran en­vergadura en al­gunas ocasiones, contribuyendo a caracterizar el aspecto de las techumbres.

4. ANÁLISIS DE ALGUNAS CONSTRUCCIONES SINGULARES

Además de lo que acabamos de co­mentar con relación a las viviendas, se localizan en la comarca del Valle del Tiétar numerosas edificaciones singulares, de tipología y uso variable (agrícola, ganadero, hidráulico, etc.) de las que hemos querido mostrar dos o tres ejemplos que hemos tenido ocasión de observar en los diferentes núcleos de población en nuestro recorrido por el interior de la comarca.

Horno de cal en Ramacastañas (Arenas de San Pedro)

Se trata de una edificación cuyo uso estaba destinado a la fabricación de cal viva (óxido de calcio) a partir de la cocción de piedra caliza (carbonato calcico). Según los datos obtenidos a través de informantes podemos supo­ner su construcción anterior a la gue­rra civil y sabemos que estuvo en uso hasta los años sesenta. Para su cons­trucción se aprovechaba un talud na­tural del terreno en el que se ejecuta­ba una excavación de forma cilindrica que después era revestida con mani­postería de piedra. El horno, de entre cuatro y cinco metros de diámetro, muestra un frente en el que se dispo­ne la boca que permitía la carga del combustible (leña) para llevar a cabo la cocción y alcanzar los 1.100° K ne­cesarios para la descomposición del carbonato calcico. A derecha e iz­quierda y por encima del nivel en que se abría la boca del horno, se han ejecutado dos huecos ciegos a modo de básales que permitían la coloca­ción de luminarias de aceite para la supervisión del proceso de cocción.

La carga del horno se realizaba de la siguiente manera: en primer lugar se construía una falsa bóveda de piedra caliza en el interior. A continuación, y por encima de esta bóveda, se rellena­ba el volumen sobrante también con piedra caliza dejando el espacio libre suficiente como para garantizar un tiro lento y continuo durante la combustión. La alimentación de leña se realizaba a través de la boca frontal del horno. Durante el proceso debía vigilarse el mantenimiento de una temperatura constante que garantizase la correcta combustión de la caliza.

Parador en Arroyocastaño (Mombeltrán)

Se trata de una edificación levantada junto al camino, hoy carretera, que conduce a Mombeltrán, muy cerca de la Cañada Real. Su uso ha sido, hasta el presente siglo, el de venta y fonda de viajeros. El edificio presenta características constructivas propias de la arquitectura popular del área del Tiétar, como ahora veremos, aunque el programa edilicio se muestra más complejo. En un lateral de la planta baja se colocan la cocina, el hogar y la despensa, quedando el resto libre pa­ra el acomodo de los viajeros. En la primera planta se desarrolla un pro­grama de vivienda, relativamente bien conservada' y en la que podemos apreciar las características de sus acabados originales.

Constructivamente el parador su­pone una edificación singular por sus dimensiones, pero mantiene las inva­riantes del Valle del Tiétar. La estruc­tura es de muros perimetrales portan­tes con tres crujías interiores resueltas con pies derechos y jácenas de made­ra. Los forjados son de tabla de casta­ño sobre escuadrías de madera apo­yadas en las jácenas. La cubierta, a dos aguas, es de teja cerámica curva sobre tablero de chilla que descansa en una estructura de madera del tipo par y picadero, encontrándose la viga cumbrera desplazada del eje de sime­tría de la planta, lo que genera faldo­nes de cubierta de distinta superficie pero de igual pendiente. Como ele­mento singular, el edificio muestra una galería de madera que discurre de ex­tremo a extremo de la fachada y se re­suelve con ménsulas del mismo mate­rial apoyadas en el muro y adosadas a las escuadrías que forman el forjado. Esta galería se encuentra protegida por el vuelo que forma el alero de la cubierta. Las divisiones interiores, más abundantes en la planta superior, las constituyen paredes de adobe con entramado de madera. Los acabados interiores de los paramentos vertica­les están resueltos con mortero de ba­rro sobre el que se ha aplicado un en­calado como terminación final con objeto de reflejar el máximo de radica­ción solar. Los solados de planta baja están ejecutados con lajas irregulares de piedra y canto rodado, tipo enmo-rrillado, y los de planta alta son de ta­rima de castaño en algunas zonas y de baldosa de barro en otras garantiza el buen funcionamiento de toda la maquinaria: muelas, tolvas, cangilones, cajones de refinado, etc. Existe un edificio de menor tamaño, si­tuado unos cuantos metros ladera abajo, que contiene una segunda mue­la movida por la misma corriente de agua que la del edificio principal y que estuvo destinada a la obtención de pienso para los animales.

La arquitectura de estas edificaciones supone un importante avance técnico sobre las construcciones destinadas exclusivamente a vivienda, especial­mente por la necesidad de generar es­pacios diáfanos y sobre todo por la de resolver conexiones verticales entre las distintas plantas con objeto de per­mitir la correcta instalación de los sis­temas de transmisión de la energía hi­dráulica. El molino objeto de nuestro estudio constituye una sólida edifica­ción, muy bien conservada tanto des­de el punto de vista de la construcción como de su maquinaria. Se levantó se­guramente sobre los restos de un mo­lino más antiguo según se desprende de la observación de los materiales

El molino de El Arenal

De cuantos edificios de carácter sin­gular conserva la arquitectura popular, los molinos constituyen probablemen­te el tipo más interesante, en tanto que muestran las características de la construcción popular adaptadas a un uso muy especializado, aunque sea preindustrial, como es el de la molien­da. Tal es su interés y tan peculiar su carácter que vienen siendo objeto de un estudio muy específico por parte

de los especialistas en molinología, estudios de los que existe una amplia y variada bibliografía en español, aun­que a veces sea desigual en su cali­dad. No es objeto de este breve artí­culo entrar en los detalles propios del funcionamiento y las particularidades del ingenio y su maquinaria, que me­recerían por sí solos un estudio por­menorizado, de manera que única­mente nos detendremos en la descripción de los aspectos construc­tivos de la edificación.

El edificio principal, de dos plantas, se encuentra situado en la parte baja de la ladera sobre la que se desarrolla el núcleo de población de El Arenal. Su planta es aproximadamente rectan­gular, con un ligero quiebro para apro­vechar mejor la energía procedente del caz, que se le adosa por su parte superior, y que recoge el agua del arroyo que alimenta su turbi­na. La planta baja, contiene la maquina­ria principal del moli­no: ruedas de moler, tolva, pescante, etc. Justamente debajo se dispone el rodez­no para obtención de la energía necesaria que mueva el ingenio; el agua procedente del caz superior dis­curre con rapidez a través de un corredor cubierto con bóveda de piedra en el que se coloca dicho ro­dezno. En la planta superior del mismo edificio, organizada en dos ámbitos distintos pero a la que se accede por la misma escalera, se dispone una vi­vienda completa para el molinero y su familia en el lado oeste, quedando al este una gran estancia en la que se ubica la maquinaria complementaria para el refinado de la harina en diver­sas calidades, con mayor o menor pro­porción de salvados. La energía pro­cedente del rodezno del molino empleados para la construcción de la bóveda por la que evacúa el agua del caz. El desarrollo constructivo mantie­ne las características de la arquitectu­ra tradicional del Tiétar, pero desde el punto de vista tipológico no se corres­ponde con lo que podríamos conside­rar propiamente arquitectura popular pues tanto las modulaciones de hue­cos como las dimensiones y proporcio­nes de los mismos manifiestan no sólo un nivel más culto en su ejecución sino también una mayor precisión a la hora de adaptarse a la distribución interior de las estancias. Los acabados interio­res mantienen las características que ya hemos comentado en relación con la arquitectura popular del Valle del Tiétar.



5. BIBLIOGRAFÍA


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