“Cofradía de San Sebastián” – Eusebio Herraez Herraez

LA ERMITA DE SAN SEBASTIAN

Según todos los indicios existió en Poyales, desde tiempo inmemorial, una ermita situada en el paraje denominado de las Eras. Estuvo siempre dedicada a San Sebastián. Se ignora el origen de la misma. En los primeros tiempos se encontró en pleno descampado a pocos metros del pueblo. Hoy podemos admirar su pequeña silueta, dentro del casco urbano, en la zona sur de la denominada Plaza de las Eras.

Al lugar de su ubicación aludirá una de las estrofas del himno del Santo que literalmente dice así:

 

"Bendito San Sebastián,

tú que vives en las eras,

échanos tu bendición

con esa mano de cera".

Es evidente que la expresión "mano de cera" no tiene otra finalidad que la de constituir todo un sencillo y pobre recurso literario. El compositor del verso, que evidencia su falta de profesionalidad, no tuvo más remedio que re­currir a una palabra que rimase con eras, aunque solo fuera en asonancia.

Volviendo a nuestra ermita, es justo reconocer que se trata de una edifi­cación sencilla. Nada de especial puede brindarnos la sólida mampostería de sus muros. Por más que, en la redacción de los estatutos de la Cofradía de San Sebastián del 11 de enero de 1890, se atribuya a la misma el apelativo de Santuario, semejante expresión debe ser entendida en el sentido de que dicho recinto era considerado como un lugar sagrado. Su destino era el culto que, en el mismo, se celebraba cada año con motivo de la fiesta de San Sebastián y la custodia, bajo sus muros, de la imagen del Santo, que llegaría a ser tenido como patrón principal de la Villa por iniciativa popular.

Se trató siempre de una ermita de dimensiones muy pequeñas, diseñada sin pretensión arquitectónica alguna, semejante a las múltiples ermitas que existieron por los alrededores de casi todos los pueblos de la diócesis. Muchas de las cuales se debieron a la iniciativa privada de personas o familias por su devoción a algún santo. Otras, en cambio, tuvieron su origen como consecuencia de una propuesta popular, en correspondencia de gratitud por favores atribuidos milagrosamente al Santo titular, como bien podía ser su protección librando al pueblo de alguna calamidad pública.

Me inclino a creer que el origen de nuestra ermita obedeció a una reac­ción popular. Aunque ya existiera este pequeño recinto en 1856, momento en el que, según parece, la devoción a San Sebastián arrancó con fuerza inusitada en Poyales como respuesta agradecida de todo el pueblo por su intervención, tenida por milagrosa, en las calamidades que habían asolado al pueblo durante el año anterior, el mero hecho de recurrir al Santo de la ermita con tal motivo era señal evidente de que aquel pequeño recinto, dedicado a San Sebastián, ya significaba mucho, en aquellos precisos momentos, para la vida del pueblo hoyanco.

El sacerdote don Marcos Santos, párroco que fue de Poyales a mediados del presente siglo, detalla que en 1910 "se reconstruyó una ermita vieja que existió en el lugar llamado de las eras". No deja de ser un dato de capital importancia para la historia de la pequeña ermita de San Sebastián, que, de in­mediato, lleva a formularnos las siguientes preguntas: en aquel preciso momento, ¿se reconstruyó dicha ermita porque amenazaba ruinas? o, tal vez, ¿se encontraba ya derruida y se procedió de nuevo a su reconstrucción en el mismo lugar en que antes estuviera ubicada?.

Una cosa es cierta al respecto: la referida ermita siempre ocupó el mismo lugar en que se encuentra hoy situada. En relación a la cuestión planteada, existen indicios lo suficientemente fiables para poder afirmar que el pueblo hoyanco jamás permitió que su ermita llegara a experimentar una ruina total. Sus habitantes siempre estuvieron dispuestos a acometer en la misma las reparaciones necesarias sin escatimar esfuerzos ni sacrificios.

Por otra parte, si nos atenemos a la tradicional costumbre de comenzar las fiestas de San Sebastián trasladando procesionalmente la imagen del Santo desde la Ermita a la Iglesia Parroquial, es de presumir que los habitantes del pueblo, por muy escasos que fueran sus recursos económicos a principios de siglo, no estarían dispuestos a permitir que la ermita de San Sebastián, que tanto significaba para el pueblo, llegara a sufrir una ruina total.

Examinando atentamente todas las relaciones existentes de las fiestas celebradas durante la primera década de nuestro siglo XX, hemos podido com­probar cómo en las mismas no aparece indicio indicativo alguno que pueda infundir la sospecha de que, en algún momento, dejase de cumplirse el más mínimo detalle de las prescripciones tradicionales en las fiestas de San Sebastián. Todos los años se celebró la procesión del Santo desde la Ermita hasta la Iglesia y viceversa, cosa que hubiera resultado totalmente imposible en el caso de que la ermita se hubiera encontrado en ruinas.

De todos modos, las obras realizadas en la ermita por aquella fecha, a tenor del dato consignado por don Marcos, debieron de ser muy importantes para aquel tiempo. No obstante, la ermita resultante del arreglo era de dimensiones notablemente inferiores a la actual, por reducida que ésta sea.

Será el mismo don Marcos quien nos detalle que aquella misma ermita "se deshizo totalmente en el año 1959 porque amenazaba ruinas y se hizo la actual, cuyas obras comenzaron en abril de ese mismo año, suspendiendo al­gunas veces los trabajos y volviendo a reanudarlos, hasta que, al fin, se dieron por terminadas el 4 de enero de 1960".

Se trata de la ermita que podemos contemplar en la actualidad, salvo el pequeño porche de la fachada de entrada que se construyó en fechas muy recientes.

Las obras de 1959 fueron realizadas "a espensas de los vecinos del pueblo, cooperando con gran entusiasmo, lo mismo con dinero que con prestación personal". No deja de ser todo un detalle que pone de manifiesto el amor entusiasta de todo el pueblo de Poyales para con su patrón San Sebastián.

El mismo día 20 de enero de 1960, fiesta de San Sebastián, con toda solemnidad tenía lugar la bendición de la ermita recientemente construida en una ceremonia presidida por el mismo Párroco. Al día siguiente se celebraba en la ermita una misa solemne, que finalizaría con la tradicional subida al trono de la venerada imagen del Santo.

Las personas que llegaron a conocer la primitiva ermita pueden haber ad­vertido un cambio notable entre una y otra. Aquella orientaba su puerta en dirección al sur. La actual nos muestra la entrada en la pared del norte, a la que se accede directamente desde la plaza de las Eras. Se trata de un peque­ño detalle, no exento de significación, que bien pudo influir en la decisión de nuestros mayores al poner en ejecución las obras de la nueva ermita. De esta forma, nuestro Santo Patrón tiende su mirada día y noche y contempla el va­riopinto entramado que ofrecen las apiñadas viviendas del casco antiguo del pueblo, contrastando con los lujosos edificios modernos que van apareciendo por los alrededores del mismo.

En su diminuto recinto, nuestro santo parece escuchar embelesado la ple­garia que tantos devotos dirigen al Altísimo, amparados en su intercesión, desde los más recónditos rincones de la acogedora villa.

Tal vez San Sebastián se sienta más feliz manteniendo a toda la pobla­ción como blanco de su mirada. De lo que sí estoy seguro es que el pueblo entero se siente más cercano al Santo ya que, con sólo dirigir su mirada a la Ermita, puede percibir el influjo de la imagen de su devoción que, con su tenue sonrisa, parece aceptar complacida el recuerdo de cada persona desde el silencio de su trono.

A estas alturas no podemos soslayar otro curioso detalle. He bajado esta tarde a la ermita. Es un ejercicio que intencionadamente repito con frecuen­cia. En la Plaza de las Eras encontré un grupo de obreros realizando trabajos de reestructuración. Me alegra pensar que el Ayuntamiento haya puesto, al fin, sus ojos en un recinto, que es el más amplio de todo el casco urbano, y sea capaz de regalar al pueblo con una obra de la que todo el vecindario llegue a sentirse orgulloso.

Es evidente que la Plaza de las Eras no puede permanecer olvidada por más tiempo. Se necesita obrar. Confío en que los realizadores acierten a fraguar un proyecto digno y convincente.

En mi curiosa circunspección a los diferentes detalles, que la plaza ofrece, he topado, una vez más, con el tronco seco del vetusto olmo aledaño a la Ermita. Ahí sigue enhiesto, resquebrajado y sin vida, pero ofreciendo con su presencia el testimonio de lo que fuera un día no lejano y de lo que quiere seguir significando. Sería una pena que se privara a nuestra vista de la escasa silueta que aún queda de la que, en otro tiempo, ofreciera un olmo gigantesco. Con su desaparición se nos arrancaría de improviso una pequeña parte de nuestra historia y cultura, a la vez que se perjudicaría al mismo entorno de las Eras.

Hay detalles, por insignificantes que parezcan, que deben ser cuidados. En compañía de la Ermita de San Sebastián el viejo olmo, por espacio de al­gunas centenas, fue como un hito que atrajo la mirada del caminante y, con su tupido verdor, supo alegrar todo el paisaje de las Eras. Bajo su frondosa copa siempre estuvo dispuesto a dar cobijo a la pequeña ermita, mientras que, asidas a sus punteras ramas, trepaban hasta el cielo las plegarias de tantos devotos de San Sebastián. La ermita y el olmo centenario serán siempre un rincón escogido para el recuerdo.

Es verdad que, de lo que en otro tiempo fuera naturaleza y vida, solo queda un tronco seco. Hagamos lo posible para que su presencia permanezca. Es un favor que, sin duda, sabrán agradecer las personas que gocen de una pizca de sensibilidad.