( “Cofradía de San Sebastián”
– Eusebio Herraez Herraez )
FIESTAS DE ENERO
EN POYALES - Fiestas de San Sebastian
Llegar
de improviso a Poyales del Hoyo, en la misma víspera de la celebración de San
Sebastián, pudiera constituir un verdadero ensueño al que por primera vez pisa
el suelo de este maravilloso rincón de la llamada "Andalucía de
Avila" o "Andorrilla Abulense".
El variopinto colorido que ofrecen, en tan corto espacio de tiempo,
los abundantes y sorprendentes detalles que se irán sucediendo sin parar,
proporciona una sorpresa, no menos grata por lo inesperada, que difícilmente
podrá ser borrada de la imaginación durante un largo espacio de tiempo.
Son las fiestas de San Sebastián, cuyo recuerdo es tan vivo en Poyales
y en cuyo honor vivencian los hoyancos, año tras año, las tradiciones heredadas
sin olvidar el mas insignificante pormenor. Cada detalle aparece cargado de
sentido y todos ellos, a fuer de iterativos, se complementan y necesitan para
ir matizando con su aparición el ambiente popular de una noche en vela.
Bien
entrada la noche, un ligero repique de campanas anuncia que ha llegado el
momento. Es la señal convenida. De inmediato toda la gente se echa a la calle
y, en un instante, el pueblo entero aparece envuelto en la densa humareda que
despiden las hogueras de romero verde que, a la vez y en plena calle, arden
delante mismo de las puertas de las viviendas de cada vecino.
Todos los años se repite el mismo rito y ninguno de los habitantes del
pueblo deja de acudir a la cita arrastrando detrás de sí a cuantas personas se
encuentran presentes en semejante ocasión.
Resulta
curioso y emocionante, a la vez, recorrer las estrechas calles del pueblo,
iluminadas por el resplandor de las hogueras, y escuchar de labios de hombres y
mujeres la coplilla que aprendieron de sus mayores y que siguen repitiendo con
el gracejo de una voz con notable acento extremeño. No en vano, en las vegas de
Poyales da comienzo la feraz comarca de la "Vera", cuyas tierras
cacereñas ven acrecentar su fertilidad con las aguas del Rosarito. En el
Rosarito desemboca el Arbillas que bien pudiera denominarse el pulmón de
Poyales. Porque así lo estiman, sus habitantes ponen tanto empeño en defender
su caudal, con cuyo riego las tierras llanas de las Vegas quedan convertidas
todos los años en un auténtico vergel.
La
coplilla coreada por diferentes generaciones dice así:
"Romero
quemo, romero quemo,
salga lo malo, entre lo bueno".
A cualquiera pudiera parecerle
que el humo, que rebosa los tejados del pueblo y tiende a perderse en lo más
alto del espacio, arrastrase con su marcha el influjo de fuerzas negativas,
sembradoras de discordia en la vida de los hombres. Por el contrario, las
ascuas ardientes de luz, que permanecerán encendidas en el suelo por muy corto
espacio de tiempo, simbolizarían la claridad que irradia la vida cuando ha
llegado a desaparecer de la misma el ropaje de maldad que la envuelve.
El hecho es que, durante algunos días, por más que sean escasos,
Poyales del Hoyo ofrece un remanso de paz, donde habitantes y extraños, rezuman
un ambiente alegre con motivo de sus tradicionales fiestas de enero. Sin duda
que es éste el mejor regalo que San Sebastián brinda a un pueblo que sabe
quererle de verdad.
Siempre
parece haber existido la misma tendencia en la vida de los hombres: intentar
desechar de uno mismo el complejo de mal que nos hostiga a fin de podernos
sentir gratamente invadidos de un influjo benéfico, capaz de llevarnos a la
consecución de felices logros.
Lo que
sucede en la vida de cada persona acontece de igual manera en la vida de los
pueblos. Cada uno conserva sus usos y costumbres y celebra sus propias
tradiciones con parecida ilusión a como fueron celebradas en el pasado. El
transcurso del tiempo solo ha servido para matizar los pequeños detalles de
cada momento, conservando intacta la esencia de las tradiciones heredadas.
Tal ocurre con las hogueras de
romero en Poyales en la noche víspera de San Sebastián y con la gran luminaria
de leña de enebro que permanecerá ardiendo durante toda la noche en la popular
Plaza del "Moral", que marca el ritmo de toda la vida de un pueblo
que, lleno de orgullo, ostenta el título de Villa.
Es posible, según aventuran
algunos, que semejantes costumbres tengan su origen en los ritos ancestrales
que utilizarían los primeros moradores de esta privilegiada tierra, de la misma
forma que las famosas hogueras de San Juan parecen remorar el culto ancestral
pagano de los antiguos habitantes del levante español. Respetemos la fantasía
de cada persona que, en el caso que nos ocupa, tal vez sea legítima. Lo que no
cabe duda es que el rito, repetido cada año en enero en Poyales, se nos muestra
revestido de un ropaje misterioso cual si formara parte de la liturgia de un
pueblo que, en el humo que asciende a las alturas, quisiera elevar su plegaria
con el deseo de alejar de su vida el influjo maléfico y, de pronto, aparecer
revestido del bien que necesita para lograr una vida en común enormemente
feliz.
Una tímida tradición, que va
perdiendo fuerza con el transcurso de los años, quiere ver el origen de las
hogueras de Poyales en el romero que quemaban en torno a los enfermos
afectados en los momentos de peste. El hecho de tenerse a San Sebastián como
abogado de las enfermedades pestíferas, unido al aromático olor que despide el
romero verde al arder, pudo dar pie a la difusión de una tradición en
decadencia. Por otra parte, no resulta difícil asumir el uso natural de plantas
aromáticas por parte de nuestros antepasados con cuya cremación, tal vez,
pretendieran conseguir un doble efecto: el alivio de los afectados hasta llegar
a su total recuperación y evitar el casi seguro contagio de cuantas personas
les rodeaban.
De cualquier forma, la coplilla coreada en la mágica
noche de San Sebastián no deja de ser todo un preludio de lo que pudo
significar la realidad de la peste, con sus terribles consecuencias, para unas
gentes carentes de los medios más adecuados para poder sacudirse de tan
terrorífico azote. Parece más que evidente que, a través de unos gestos
externos tan llamativos, lo que intentaban nuestros antepasados era poner de manifiesto
su vehemente deseo de arrojar el pestífero mal de las personas afectadas y
volver a la vida con toda normalidad.
No cabe duda que las terribles pestes que asolaron con
frecuencia a la población española, a lo largo de los siglos, constituyó una
enorme pesadilla para unas gentes que no disponían de medios eficaces para
poder combatir sus letales efectos. Por tal motivo no debe asombrarnos el
recurso a medios naturales tan rudimentarios, como pueden parecer la quema de
determinados vegetales, sobre todo, si tenemos en cuenta la abundancia de
plantas aromáticas y medicinales como existen en nuestra región.
En el jolgorio de la mítica noche, ningún año falta el
ruido ensordecedor de la quema de pólvora, como se llama por aquí a los
vistosos fuegos artificiales. No deja de ser un número esperado por grandes y
pequeños en un pueblo que gratamente vitorea al espectacular zambobazo que
producen los artefactos pirotécnicos al ser lanzados al aire.
Tampoco puede faltar en la
fiesta nocturna el popular "toro de fuego" que, despidiendo
artefactos en todas direcciones, recorre jadeante las calles del pueblo
mezclándose, sin más, entre la multitud, como sin nada ocurriese.
Tal es el temple hoyanco.
Siempre henchido de vitalidad. El ruido ensordecedor de toda una noche de
fiestas jamás será capaz de agotar las fuerzas que todo el pueblo necesitará,
al día siguiente, para proclamar entusiasmado a su patrón, el glorioso Mártir
San Sebastián.